Si bien hay varios problemas que son de gran importancia en nuestros días, ninguno es tan global y de gran preocupación para muchos de nosotros como Siervos Misioneros que la crisis humanitaria que se vive con respecto a las personas indocumentadas. Sea que estemos sirviendo en los Estados Unidos, Colombia, Honduras, Haití o México, este tema es igual de importante en la vida de tantas personas a las que servimos a diario. Las recientes redadas de inmigración que afectaron a varias de nuestras misiones en Mississippi, la gran cantidad de personas que huyeron a Colombia desde Venezuela, los que escaparon de la violencia en Honduras, así como el impacto personal en algunos de nuestros hermanos cuyas familias están en peligro en Camerún, Nicaragua, El Salvador y Guatemala continúan preocupando a nuestra Congregación.
Independientemente de la opción política en que se encuentre en cuanto a las soluciones de esta crisis, se exige una respuesta cristiana, moral y humanitaria de la Iglesia y los Siervos Misioneros. La política actual en los Estados Unidos sobre asilo, detención y separación de niños y familias son contrarias tanto a nuestros valores como nación como al llamado del Evangelio a proteger a las personas sin hogar, alimentar a los hambrientos y vestir a los desnudos, para dar la bienvenida al extranjero. Creo que es posible estar a favor de fronteras fuertes sin renunciar a la compasión por los débiles y los pobres.
Me siento orgulloso de nuestros hermanos y sacerdotes que brindan consuelo y cuidado pastoral en este campo, así como refugio, comida y ropa a los que sufren. Nuestro hermano, el P. Roberto Mena, S.T., apareció en un artículo reciente en LA Times hablando sobre las redadas en Mississippi (enlace al artículo). Dado que la mayoría de las personas que sufren esta situación son católicas, y siendo conscientes de que nuestro carisma que es la Preservación de la Fe, queremos ofrecer una respuesta concreta propiciando también comunidades de fe amorosas y acogedoras.
A lo largo de la historia, organizaciones religiosas y la Iglesia Católica han servido como agentes protectores de los derechos humanos. Para los Estados Unidos, como nación de inmigrantes, esto se ha desarrollado una y otra vez a medida que, oleadas de inmigrantes de Europa, del sureste de Asia, África, Cuba y ahora América Central vienen en busca de refugio. Debemos, junto con otros, ser la voz moral sabiendo que toda nuestra enseñanza social, así como las Escrituras nos respaldan. Los pronunciamientos y declaraciones que se han hecho son importantes, pero también se necesita acción, acción que interpele consciencias. Nuestra respuesta debe ser algo encarnado. Debemos orar; debemos ayudar; debemos actuar en nombre de quienes lo necesitan.
En la Santísima Trinidad,
Padre Michael K. Barth, S.T